"Esta mañana, donde Alsina, y de manera repentina, el periodista Paco Marhuenda
se echa a llorar. Yo le había interrumpido para discutir algo respecto
de la actitud del Rey y del Gobierno ante la sedición catalana. Y entre
la cascada argumental que ya es corriente (soberbio, chulo, te crees en
posesión de la verdad), el lloriqueo:
-Yo no soy un piernas -iba balbuciendo. ¡Yo soy el director de un periódico!
Me temo que los oyentes no darían crédito. Yo sí. Aunque nunca como
hoy se había producido una confesión semejante, no es la primera vez que
Marhuenda se ha mostrado desagradablemente sentimental conmigo. El
pasado, la ola borgiana, no tiene solución. Y siempre hay que tener en
cuenta su resaca.
Hace unos 30 años Paco Marhuenda subía las cocacolas
en la redacción de "El Noticiero Universal", diario de la tarde. Y
mucho peor: se las subía al director, Jordi Doménech, que lo había
colocado en aquel periódico con funciones ambiguas, que nunca supe
exactamente cuáles eran.
Llevaba entonces Marhuenda un flequillo rubio,
unas gafitas de pasta y casi siempre ternos encorbatados. Para los 20
años que tenía eso era un disfraz tan riguroso como el de Pablo Iglesias
Alcampo.
Él era un tierno muchachito de derechas y nosotros, la sección
de política de aquel periódico, una manada de bestias pardas. Cada vez
que se acercaba por allí, atraído como un imán, le caían unos bufidos
salvajes. A su visión de la vida se añadía la sospecha de que era un
confidente del director; pero el escarnecimiento al que se le sometía me
pareció muchas veces excesivo.
Yo despreciaba sus opiniones e ironizaba
frecuentemente sobre su candidez; pero le tenía simpatía. Como saben
bien los militantes de los partidos políticos, obligados a soportarse
por su afinidad ideológica, la simpatía tiene poco que ver con la
coincidencia o no en las ideas.
El joven Marhuenda me inspiraba, además,
una cierta compasión: quizá fuera fácil ser Marhuenda en la covacha del
director; pero no debía de serlo cuando cruzaba la puerta y entraba en
aquella redacción donde se respiraba la humareda de tanto fatuo
comunistoide, y yo el primero.
No sé qué tiene Marhuenda en contra de aquel grumete, y qué complejos
y heridas le aviva su recuerdo. Yo nada, desde luego. Es más, estoy
seguro de que mucho de lo que decía e incluso de lo que no se atrevía a
decir era bastante más razonable que todo lo que nosotros voceábamos.
Pero es evidente que cada vez que Marhuenda se cruza conmigo le vuelve,
como una náusea, aquel pasado. Y llora. Y solloza y patalea gritando que
ya no es aquel grumete, sino (¡pas mal!) todo un director de periódico.
Está bien. Pero querría convencerle de que cuando me cruzo con él no
veo nunca aquel grumete.
Mis problemas con el periodista Marhuenda, si
se me ocurriera tenerlos, estarían centrados en el periodismo que hoy
hace y no en las cocacolas que subía. Aunque le admito la continuidad de su indemne carácter servil." (Arcadi Espada, 12/01/16)
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