20/10/16

Pocas críticas ha recibido la prensa por su complicidad, por justificar lo intolerable, tapar lo escandaloso. Por sus poco confesables relaciones con los poderes fácticos

"A raíz de la crisis económica, la sociedad española tomó conciencia del desastre institucional en el que había desembocado nuestro sistema político. 

Llovieron críticas a los partidos, no sólo por el deficiente diseño constitucional; también por su desidia, por esa reticencia a rectificar las reglas del juego cuando la disfuncionalidad resultó más que evidente. 

Pero mucho menos reprimendas ha recibido la prensa por su complicidad, por justificar lo intolerable, ocultar lo obvio, tapar lo escandaloso. Por su connivencia con los partidos, sus poco confesables relaciones con los poderes fácticos. Siempre se reconoce mejor la paja en el ojo ajeno.

Durante los días de vino y rosas surgió en España una prensa convencional con gran dependencia de subvenciones o publicidad institucional. Y el mercado de publicidad privada, alejado de cualquier atisbo de competencia, fue copado por unas pocas empresas cuyo negocio estaba subordinado a alguna línea del BOE. 

Como consecuencia, el poder y la prensa fueron tejiendo una malsana red de relaciones clientelares, de intercambio de favores y confidencias, una connivencia basada en reglas sobreentendidas, poco transparentes, que determinaban el tipo de información que se difundiría y el tratamiento de las noticias. Así, por ejemplo, los medios presentaron durante décadas a Juan Carlos como modelo de decencia, ética, moralidad y virtud.

El periodismo desarrolló una grave adicción al maná llovido del Olimpo mientras la información se convertía, no en un servicio abierto a los ciudadanos, sino en un recurso de uso privado intercambiable por otras prebendas. No se trataba de informar convenientemente al público sino de utilizar la información para ganar influencia política.

 La cercana complicidad con los gobernantes, rayana en el compadreo, indujo a ciertos periodistas a sentirse parte de los elegidos, de esa élite al corriente de lo que ignora el ciudadano común. A percibir que la participación en el secreto les confería poder para negociar mayores ventajas. 

Pero la sensación, salvo en algún caso aislado, era equivocada. En realidad, el político adulaba al informador, acariciaba su lomo, le daba de comer en su mano, haciéndole creer que poseía una influencia muy superior a la real. (...)"                    (Juan M. Blanco, Vox Populi, 19/10/16)

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