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28/12/23

El coste de dar testimonio... Hay decenas de escritores y fotógrafos palestinos, muchos de los cuales han sido asesinados, que están decididos a hacernos ver el horror de este genocidio... Cuentan al mundo cómo es la guerra, cómo aguantan los que están atrapados en sus fauces de muerte, cómo hay quienes se sacrifican por los demás y quienes no, cómo son el miedo y el hambre, cómo es la muerte. Transmiten los llantos de los niños, los lamentos de dolor de las madres, la lucha diaria frente a la salvaje violencia industrial, el triunfo de su humanidad a través de la suciedad, la enfermedad, la humillación y el miedo... El mal no ha cambiado a lo largo de los milenios. Tampoco la bondad (Chris Hedges, premio Pulitzer)

 "Escribir y fotografiar en tiempos de guerra son actos de resistencia, actos de fe. Afirman la creencia de que un día -un día que los escritores, periodistas y fotógrafos quizá nunca vean- las palabras y las imágenes evocarán empatía, comprensión, indignación y aportarán sabiduría. No sólo narran los hechos, aunque los hechos son importantes, sino también la textura, el carácter sagrado y el dolor de las vidas y comunidades perdidas. Cuentan al mundo cómo es la guerra, cómo aguantan los que están atrapados en sus fauces de muerte, cómo hay quienes se sacrifican por los demás y quienes no, cómo son el miedo y el hambre, cómo es la muerte. Transmiten los llantos de los niños, los lamentos de dolor de las madres, la lucha diaria frente a la salvaje violencia industrial, el triunfo de su humanidad a través de la suciedad, la enfermedad, la humillación y el miedo. Por eso escritores, fotógrafos y periodistas son el blanco de los agresores en la guerra -incluidos los israelíes- para su aniquilación. Son testigos del mal, un mal que los agresores quieren enterrar y olvidar. Desenmascaran las mentiras. Condenan, incluso desde la tumba, a sus asesinos. Desde el 7 de octubre, Israel ha asesinado al menos a 13 poetas y escritores palestinos y al menos a 67 periodistas y trabajadores de los medios de comunicación en Gaza, y a tres en Líbano.

 Experimenté la inutilidad y la indignación cuando cubrí la guerra. Me preguntaba si había hecho lo suficiente o si merecía la pena arriesgarse. Pero sigues adelante porque no hacer nada es ser cómplice. Informas porque te importa. Haces que sea difícil para los asesinos negar sus crímenes.

Esto me lleva al novelista y dramaturgo palestino Atef Abu Saif. Él y su hijo Yasser, de 15 años, que viven en la Cisjordania ocupada, estaban visitando a su familia en Gaza -donde nació- cuando Israel comenzó su campaña de tierra quemada. Atef no es ajeno a la violencia de los ocupantes israelíes. Tenía dos meses durante la guerra de 1973 y escribe: "He vivido guerras desde entonces. Igual que la vida es una pausa entre dos muertes, Palestina, como lugar y como idea, es un tiempo muerto en medio de muchas guerras".

Durante la Operación Plomo Fundido, el asalto israelí a Gaza en 2008/2009, Atef se refugió en el pasillo de su casa de Gaza durante 22 noches con su mujer, Hanna, y sus dos hijos, mientras Israel bombardeaba y bombardeaba. Su libro "El dron come conmigo: Diarios de una ciudad bajo fuego", es un relato de la Operación Borde Protector, el asalto israelí de 2014 contra Gaza que mató a 1.523 civiles palestinos, entre ellos 519 niños.

"Los recuerdos de la guerra pueden ser extrañamente positivos, porque tenerlos significa que debes haber sobrevivido", señala con sorna.

 Volvió a hacer lo que hacen los escritores, como el profesor y poeta Refaat Alareer, que murió, junto con el hermano de Refaat, su hermana y sus cuatro hijos, en un ataque aéreo contra el edificio de apartamentos de su hermana en Gaza el 7 de diciembre. El Observatorio Euromediterráneo de Derechos Humanos afirmó que Alareer fue atacado deliberadamente, "bombardeado quirúrgicamente en todo el edificio". Su asesinato se produjo tras semanas de "amenazas de muerte que Refaat recibió en Internet y por teléfono desde cuentas israelíes". Se había trasladado a casa de su hermana debido a las amenazas.

Refaat, cuyo doctorado versaba sobre el poeta metafísico John Donne, escribió en noviembre un poema titulado "Si debo morir", que se convirtió en su última voluntad y testamento. Ha sido traducido a numerosos idiomas. Una lectura del poema por el actor Brian Cox ha sido vista casi 30 millones de veces.

Si debo morir

tú debes vivir

para contar mi historia

para vender mis cosas

para comprar un trozo de tela

y unas cuerdas,

(que sea blanca y con una larga cola)

para que un niño, en algún lugar de Gaza

mientras mira al cielo a los ojos

esperando a su padre que se marchó en una llamarada

y no se despidió de nadie

ni siquiera a su carne

ni siquiera de sí mismo.

ve la cometa, mi cometa que tú hiciste

volando en lo alto

y piensa por un momento que un ángel está allí

trayendo de vuelta el amor.

Si debo morir...

que traiga esperanza

que sea un cuento.

 Atef, que una vez más se encuentra viviendo en medio de las explosiones y la carnicería de los proyectiles y bombas israelíes, publica tenazmente sus observaciones y reflexiones. Sus relatos son a menudo difíciles de transmitir debido al bloqueo israelí de Internet y del servicio telefónico. Han aparecido en The Washington Post, The New York Times, The Nation y Slate.

El primer día del bombardeo israelí, un amigo, el joven poeta y músico Omar Abu Shawish, muere, al parecer en un bombardeo naval israelí, aunque informes posteriores dirían que murió en un ataque aéreo cuando se dirigía al trabajo. Atef se pregunta por los soldados israelíes que lo vigilan a él y a su familia con "sus lentes infrarrojos y sus fotografías por satélite". ¿Pueden "contar las barras de pan que hay en mi cesta, o el número de bolas de falafel que hay en mi plato?", se pregunta. Observa a las multitudes de familias aturdidas y confusas, con sus casas en escombros, cargando "colchones, bolsas de ropa, comida y bebida". Se queda mudo ante "el supermercado, la casa de cambio, la tienda de falafel, los puestos de fruta, la perfumería, la tienda de dulces, la juguetería... todo quemado".

"Había sangre por todas partes, junto con trozos de juguetes de niños, latas del supermercado, fruta destrozada, bicicletas rotas y frascos de perfume hechos añicos", escribe. "El lugar parecía el dibujo al carbón de una ciudad abrasada por un dragón".

 "Fui a la Casa de la Prensa, donde los periodistas descargaban frenéticamente imágenes y redactaban informes para sus agencias. Estaba sentado con Bilal, el jefe de prensa, cuando una explosión sacudió el edificio. Las ventanas se hicieron añicos y el techo se desplomó sobre nosotros en pedazos. Corrimos hacia el vestíbulo central. Uno de los periodistas sangraba, golpeado por los cristales. Al cabo de 20 minutos, salimos a inspeccionar los daños. Me di cuenta de que las decoraciones del Ramadán seguían colgadas en la calle".

"La ciudad se ha convertido en un páramo de escombros y cascotes", escribe Atef, ministro de Cultura de la Autoridad Palestina desde 2019, en los primeros días del bombardeo israelí de la ciudad de Gaza. "Hermosos edificios caen como columnas de humo. A menudo pienso en la vez que me dispararon de niño, durante la primera intifada, y en cómo mi madre me contó que en realidad morí durante unos minutos antes de volver a la vida. Quizá pueda hacer lo mismo esta vez, creo".

Deja a su hijo adolescente con familiares.

"La lógica palestina es que, en tiempos de guerra, todos debemos dormir en lugares diferentes, de modo que si una parte de la familia es asesinada, otra parte viva", escribe. "Las escuelas de la ONU están cada vez más abarrotadas de familias desplazadas. La esperanza es que la bandera de la ONU les salve, aunque en guerras anteriores no ha sido así".

 El martes 17 de octubre escribe:

  "Veo acercarse la muerte, oigo sus pasos cada vez más fuertes. Acabemos de una vez, pienso. Es el undécimo día del conflicto, pero todos los días se han fundido en uno: el mismo bombardeo, el mismo miedo, el mismo olor. En las noticias, leo los nombres de los muertos en el teletipo de la parte inferior de la pantalla. Espero a que aparezca mi nombre.

    Por la mañana, suena mi teléfono. Era Rulla, una pariente de Cisjordania, que me decía que había oído que se había producido un ataque aéreo en Talat Howa, un barrio del sur de la ciudad de Gaza donde vive mi primo Hatem. Hatem está casado con Huda, la única hermana de mi mujer. Vive en un edificio de cuatro plantas en el que también viven su madre, sus hermanos y sus familias.

    Llamé a los alrededores, pero el teléfono de nadie funcionaba. Caminé hasta el Hospital al-Shifa para leer los nombres: Las listas de muertos se pegan a diario en el exterior de un depósito de cadáveres improvisado. Apenas podía acercarme al edificio: Miles de gazatíes habían hecho del hospital su hogar; sus jardines, sus pasillos, cada espacio vacío o rincón libre tenía una familia dentro. Desistí y me dirigí a casa de Hatem.

  Treinta minutos después, estaba en su calle. Rulla tenía razón. El edificio de Huda y Hatem había sido alcanzado sólo una hora antes. Ya habían recuperado los cadáveres de su hija y su nieto; la única superviviente conocida era Wissam, otra de sus hijas, que había sido trasladada a la UCI. Wissam había pasado directamente por el quirófano, donde le habían amputado las dos piernas y la mano derecha. El día anterior se había graduado en la escuela de arte. Tendrá que pasar el resto de su vida sin piernas y con una sola mano. "¿Y los demás?" pregunté a alguien.

    "No los encontramos", me contestaron.

    Entre los escombros, gritamos: "¿Hola? ¿Alguien nos oye?". Gritamos los nombres de los desaparecidos, con la esperanza de que alguno estuviera vivo. Al final del día habíamos encontrado cinco cadáveres, entre ellos el de un bebé de tres meses. Fuimos al cementerio a enterrarlos.

    Por la noche, fui a ver a Wissam al hospital; apenas estaba despierta. Al cabo de media hora, me preguntó: "Khalo [tío], estoy soñando, ¿verdad?".

    Le respondí: "Todos estamos en un sueño".

    "¡Mi sueño es aterrador! ¿Por qué?"

    "Todos nuestros sueños son terroríficos".

    Tras 10 minutos de silencio, dijo: "No me mientas, Khalo. En mi sueño, no tengo piernas. Es verdad, ¿no? ¿No tengo piernas?"

    "Pero dijiste que era un sueño".

    "No me gusta este sueño, Khalo."

     Tuve que irme. Durante 10 largos minutos, lloré y lloré. Abrumado por los horrores de los últimos días, salí del hospital y me encontré vagando por las calles. Pensé distraídamente que podríamos convertir esta ciudad en un plató de películas de guerra. Películas de la Segunda Guerra Mundial y del fin del mundo. Podríamos alquilarla a los mejores directores de Hollywood. El fin del mundo a la carta. ¿Quién podría tener el valor de decirle a Hanna, tan lejos en Ramallah, que su única hermana había sido asesinada? ¿Que habían matado a su familia? Telefoneé a mi colega Manar y le pedí que fuera a nuestra casa con un par de amigos e intentara retrasar que le llegara la noticia. "Miéntele", le dije a Manar. "Di que el edificio fue atacado por F-16 pero que los vecinos creen que Huda y Hatem estaban fuera en ese momento. Cualquier mentira que pueda ayudar".

Desde el cielo flotan octavillas en árabe lanzadas por helicópteros israelíes. Anuncian que cualquiera que permanezca al norte de la vía fluvial del Wadi será considerado colaborador del terrorismo, "lo que significa", escribe Atef, "que los israelíes pueden disparar en cuanto los vean". Se corta la electricidad. La comida, el combustible y el agua empiezan a escasear. Los heridos son operados sin anestesia. No hay analgésicos ni sedantes. Visita a su sobrina Wissam, atormentada por el dolor, en el hospital al-Shifa, que le pide una inyección letal. Dice que Alá la perdonará.

"Pero no me perdonará, Wissam".

"Voy a pedírselo, en tu nombre", dice ella.

 Tras los ataques aéreos, se une a los equipos de rescate "bajo el zumbido como de grillos de drones que no podíamos ver en el cielo". Un verso de T.S Eliot, "un montón de imágenes rotas", pasa por su cabeza. Los heridos y muertos son "transportados en bicicletas de tres ruedas o arrastrados en carros por animales".

"Recogemos trozos de cuerpos mutilados y los juntamos sobre una manta; encuentras una pierna aquí, una mano allá, mientras que el resto parece carne picada", escribe. "En la última semana, muchos gazatíes han empezado a escribir sus nombres en las manos y las piernas, con bolígrafo o rotulador permanente, para que puedan ser identificados cuando les llegue la muerte. Esto puede parecer macabro, pero tiene mucho sentido: Queremos que se nos recuerde, que se cuenten nuestras historias, buscamos dignidad. Como mínimo, nuestros nombres figurarán en nuestras tumbas. El olor de los cadáveres no recuperados bajo las ruinas de una casa siniestrada la semana pasada permanece en el aire. Cuanto más tiempo pasa, más fuerte es el olor".

Las escenas a su alrededor se vuelven surrealistas. El 19 de noviembre, día 44 del asalto, escribe:

 "Un hombre cabalga hacia mí con el cuerpo de un adolescente muerto colgado de la silla. Parece que es su hijo, tal vez. Parece una escena de una película histórica, sólo que el caballo está débil y apenas puede moverse. No ha vuelto de ninguna batalla. No es un caballero. Sus ojos están llenos de lágrimas mientras sostiene la pequeña fusta en una mano y la brida en la otra. Tengo el impulso de fotografiarle, pero de repente me asquea la idea. No saluda a nadie. Apenas levanta la vista. Está demasiado consumido por su propia pérdida. La mayoría de la gente utiliza el antiguo cementerio del campo; es el más seguro y, aunque técnicamente hace tiempo que está lleno, han empezado a cavar tumbas menos profundas y a enterrar a los nuevos muertos encima de los antiguos, manteniendo unidas a las familias, por supuesto."

El 21 de noviembre, tras los constantes bombardeos de los tanques, decide huir del barrio de Jabaliya, en el norte de Gaza, hacia el sur, con su hijo y su suegra, que está en silla de ruedas. Deben pasar por los puestos de control israelíes, donde los soldados seleccionan al azar a hombres y niños de la fila para detenerlos.

"Decenas de cadáveres están esparcidos a ambos lados de la carretera", escribe. "Pudriéndose, parece, en el suelo. El olor es horrible. Una mano se extiende hacia nosotros desde la ventanilla de un coche calcinado, como pidiendo algo, a mí en concreto. Veo lo que parecen dos cuerpos sin cabeza en un coche: miembros y partes preciosas del cuerpo tiradas y abandonadas a su suerte".

Le dice a su hijo Yasser: "No mires. Sigue andando, hijo".

 A principios de diciembre, un ataque aéreo destruye la casa de su familia.

"La casa en la que crece un escritor es un pozo del que sacar material. En cada una de mis novelas, cuando quería representar una casa típica del campo, evocaba la nuestra. Cambiaba un poco los muebles de sitio, cambiaba el nombre del callejón, pero ¿a quién quería engañar? Siempre era nuestra casa".

"Todas las casas de Jabalya son pequeñas. Están construidas al azar, al azar, y no están hechas para durar. Estas casas sustituyeron a las tiendas en las que vivían palestinos como mi abuela Eisha tras los desplazamientos de 1948. Quienes las construyeron siempre pensaron que pronto regresarían a las hermosas y espaciosas casas que habían dejado atrás en las ciudades y pueblos de la Palestina histórica. Ese regreso nunca se produjo, a pesar de nuestros muchos rituales de esperanza, como guardar la llave de la antigua casa familiar. El futuro sigue traicionándonos, pero el pasado es nuestro".

"Aunque he vivido en muchas ciudades del mundo y visitado muchas más, esa pequeña y destartalada morada fue el único lugar en el que me sentí como en casa", continúa. "Amigos y colegas siempre me preguntaban: ¿Por qué no vives en Europa o América? Tienes la oportunidad. Mis alumnos respondían: ¿Por qué has vuelto a Gaza? Mi respuesta era siempre la misma: 'Porque en Gaza, en un callejón del barrio Saftawi de Jabalya, hay una casita que no se encuentra en ningún otro lugar del mundo'. Si el día del juicio final Dios me preguntara adónde me gustaría que me enviaran, no dudaría en decir: 'A casa'. Ahora no hay hogar".

Atef está ahora atrapado en el sur de Gaza con su hijo. Su sobrina fue trasladada a un hospital de Egipto. Israel sigue golpeando Gaza con más de 20.000 muertos y 50.000 heridos. Atef sigue escribiendo.

La historia de la Navidad es la historia de una mujer pobre, embarazada de nueve meses, y su marido obligados a abandonar su hogar en Nazaret, en el norte de Galilea. El poder ocupante romano les ha exigido que se inscriban en el censo a 90 millas de distancia, en Belén. Cuando llegan no hay habitaciones. Ella da a luz en un establo. El rey Herodes, que se ha enterado por los Magos del nacimiento del Mesías, ordena a sus soldados que cacen y asesinen a todos los niños menores de dos años de Belén y sus alrededores. Un ángel advierte a José en sueños que huya. La pareja y el niño escapan al amparo de la oscuridad y recorren 65 kilómetros hasta Egipto. 

A principios de los años ochenta estuve en un campo de refugiados guatemaltecos que habían huido de la guerra a Honduras. Los campesinos y sus familias, que vivían en la inmundicia y el barro, con sus aldeas y casas quemadas o abandonadas, decoraban sus tiendas con tiras de papel de colores para celebrar la Masacre de los Inocentes.

"¿Por qué es un día tan importante?". pregunté.

"Fue en este día cuando Cristo se convirtió en refugiado", respondió un campesino.

La historia de Navidad no se escribió para los opresores. Fue escrita para los oprimidos. Estamos llamados a proteger a los inocentes. Estamos llamados a desafiar al poder ocupante. Atef, Refaat y otros como ellos, que nos hablan a riesgo de morir, se hacen eco de este mandato bíblico. Hablan para que no callemos. Hablan para que tomemos estas palabras e imágenes y las mostremos a los principados del mundo -los medios de comunicación, los políticos, los diplomáticos, las universidades, los ricos y privilegiados, los fabricantes de armas, el Pentágono y los grupos de presión israelíes- que están orquestando el genocidio en Gaza. El Cristo niño no yace hoy sobre paja, sino sobre un montón de hormigón roto.

El mal no ha cambiado a lo largo de los milenios. Tampoco la bondad."         

(Chris Hedges, Premio Pulitzer, fue corresponsal extranjero durante quince años para The New York Times, donde se desempeñó como jefe de la oficina de Medio Oriente, Brave New Europe, 27/12/23; traducción DEEPL)

27/1/19

Un niño de dos años ha caído en un pozo...

 "A la semana del accidente, el corresponsal de un medio holandés que estaba en Totalán cubriendo los trabajos de rescate de Julen contaba que esta noticia había desplazado en las televisiones de su país a las informaciones sobre el Brexit. 

Todos sabemos el impacto que tienen en la sociedad las noticias de interés humano y el caso Julen tiene muchos de esos elementos: tragedia, niño, cercanía, lucha contra el tiempo, incertidumbre del desenlace, movilización de recursos e infraestructura...

Según pasaban los días nos estábamos dando cuenta de que la tragedia de Julen tenía todos los ingredientes para explotar lo más miserable de los medios de comunicación. Unos medios que dejarían para un segundo plano las noticias racionales y de trascendencia pública para centrarse en la emocionalidad y la sentimentalidad del caso Julen.

Lo contaba ya Almudena Grandes el 21 de enero, "si en España no pasara nada más, no me quejaría. Pero en España pasan muchas cosas, aparte de Vox y de Cataluña. Por ejemplo, que el presidente del BBVA, Francisco González, pagara a un delincuente, el excomisario Villarejo, para que espiara y, llegado el caso, chantajeara o destruyera la reputación de una serie de personas que amenazaban su poder". El resultado, dice la escritora, es que los micrófonos persiguen más a los ingenieros y mineros del pozo que a los directivos de un banco que contratan a mafiosos.

El panorama resultaba desolador, mientras suceden cosas graves, las señoras viven en la zozobra por la vida de niño, los cuñaos desde los bares y en las redes dan lecciones de ingeniería y en los actos de los partidos se lanzan consignas a la familia gritando que ese partido está con ellos, como hizo el padre de Mari Luz, la niña de cinco años asesinada en 2008, y cuyo papel muchas voces han considerado despreciable y como menos de un protagonismo y un uso político desproporcionado

"Julen, desde el pozo tan oscuro donde estás metido, el PP y España entera está contigo", dijo en la convención del PP en la que defendía la presión permanente revisable.

En Totalán se apostaron decenas de periodistas; por cierto, atendidos por Protección Civil y alojados en casas de vecinos solidariamente, parece que la cobertura les salió barata a los medios. Periodistas en rebaño que solo pueden contar lo mismo y que se dedican a recoger testimonios obvios de vecinos cuando no a reproducir al unísono las declaraciones del portavoz oportuno de la Administración o de los ingenieros.

Puestos a tratar el asunto podían haber ido buscando dónde se encuentran  el millón de pozos ilegales, similares al que ha caído Julen, antes de que caiga otro niño, aunque eso tenga menos morbo que cuando hay un niño dentro.

Como desgraciadamente era de prever, el final resultó aposteósico para las televisiones. Telecinco modificó su parrilla televisiva, levantó "Pasapalabra" y "Volverte a ver" por un especial de Ana Rosa Quintana en la tarde del viernes y la mañana del sábado. Antena 3 y LaSexta colocaron una pequeña pantalla emitiendo imágenes en directo del rescate bajo el sensacionalista titular: "A 3 metros de Julen", lo que despertó numerosas críticas. No importa que tu quisieras saber lo que pasaba en Venezuela, el conflicto del los taxistas o simplemente desconectar con el concurso que emitiesen, Julen era omnipresente.

La periodista de RTVE Ana Ruiz Echauri no podía aguantar la náusea y así decía en un tuit: No hemos aprendido NADA de otras desgracias anteriores. Vamos sin freno hacia el asco infinito. ¿Hasta dónde vamos a llegar en lo morboso, "compañeros"?

El veterano periodista Arsenio Escolar  ponía el dedo en la llaga señalando que "mejor nos hubiera ido a todos como país si esta atención extrema al rescate de Julen la hubiéramos prestado en su día los medios al expolio de las cajas, los recortes del Estado del Bienestar, la corrupción de todos los colores, la burbuja inmobiliaria, la desigualdad extrema...".

El  Consejo Audiovisual de Andalucía ha anunciado que analizará el tratamiento mediático del 'caso Julen' en televisión ante una posible vulneración de derechos fundamentales de la familia. El Consejo reclamó a las televisiones que huyan del amarillismo y de la espectacularización de estos casos y recordaba la aprobación de diversas recomendaciones específicas sobre la aparición de menores en emisiones relativas a sucesos luctuosos o dramáticos, la Guía de buenas prácticas para el tratamiento informativo de las desapariciones, o la  Guía para el tratamiento de procesos judiciales en la que se incluye un apartado sobre los menores de edad.

La recomendación no solo llega tarde, sino que es inútil en la medida en que su capacidad de intervención se limita a eso, a una "recomendación".

Recurro de nuevo a las palabras de Almudena Grandes, la tragedia de Julen "es terrible, es atroz, causa un dolor infinito a sus padres, estremece a cualquiera que haya tenido hijos pequeños", pero abandonar la actualidad para dedicar tertulias, aperturas de informativos y decenas de periodistas a explotar la tensión de una espera no debería ser el objetivo del buen periodismo.

Esos mismos medios que reservan el calificativo de populismo en tono peyorativo para los políticos nos están mostrando que a populismo facilón no les gana nadie."               (Pascual Serrano, eldiario.es, 26/01/19)


"(...) Un niño de dos años ha caído en un pozo.

El domingo 13 de enero, a las cinco de la tarde, la Guardia Civil informa a los medios: "Hola a todos. Sobre las 14.00 horas se recibió un aviso del 112 que informaba de la caída de un menor de 2 años por un agujero en la zona del Dolmen del Cerro de la Corona, en el término de Totalán [Málaga]. 

Se trata de un orificio de prospección para buscar agua, de diámetro pequeño y de bastante profundidad. Está activado un dispositivo de rescate. Por parte de la Guardia Civil se ha activado el Equipo de Rescate e Intervención en Montaña entre otros efectivos".

 La tragedia ha sucedido otras veces. El pozo es un clásico de los terrores de la infancia. Como a todo lo que llamamos suceso es llamativo. Aunque también es llamativo, por ejemplo, el caso del niño de tres años que murió la noche de Fin de Año en Gijón, atragantado por una uva, y cuyo sudario de palabras duró un día. En la comunicación de la Guardia Civil hay una palabra clave: rescate.

Ayer, trece días después de la caída, cerca de la una y media de la madrugada, un par de mineros y un guardia civil sacaron al exterior el cadáver del niño. A lo largo de esos días los medios habían dedicado al asunto una atención que es difícil de describir. 

Destacaron la televisión y las webs noticiosas, es decir, los medios que podían tratar el asunto en directo y con imágenes. Basten dos ejemplos. El viernes 25 Antena 3 dedicó al caso los 40 minutos iniciales de su telediario. No había más noticia de la que cabe en el sintagma habitual: "Siguen los trabajos de rescate". El siguiente ejemplo es de la web de este diario donde te echo las cartas. Ayer a media tarde titulaban: "65 cm para llegar a Julen". 

 Y cuando ya los mineros estaban llegando: "Rescate de Julen: se plantean hacer más microvoladuras para llegar al niño sin causarle daños". Se observará en este titular que rescate ha completado su viaje de trece días. También la palabra daños. Y Julen, su nombre sin más. Las tres dan el rasgo clave de la gigantesca cobertura mediática de la tragedia: rescatando a un niño vivo. Escribo sin saber los resultados completos de la autopsia. 

Los forenses dirán de qué murió Julen. Pero cualquier alfabetizado conoce las dificultades de sobrevivir a una caída libre de 71 metros. 71 metros son 22 pisos. Hasta 25 si son bajos de techo.  

La improbabilidad de la supervivencia actuó desde el minuto uno, como dicen en el fútbol vigente. La notable profundidad del pozo se conoció de inmediato e incluso la Guardia Civil aludió a ella en su primer comunicado. Por lo demás, se calcula que un superhombre puede pasar cinco días sin beber. Y, sin embargo, hasta la madrugada del día 13, los medios se mantuvieron fieles a la ficción.

Dirán, ya los oigo, con su habitual melodía peripuesta y oh là là: había que respetar a la familia. (En realidad les he oído decir cosas asombrosas. Una, la más asombrosa: "Julen o la desgracia que nos hace buenos a todos". De lo que deduzco que tal vez fuera conveniente un sacrificio mensual, a lo tenochtitlánico. 

Y otro, que lo dice ahora, pero que da buenas razones inmobiliarias para el retraso: "No había esperanza de recuperar vivo a Julen transcurridas 48 horas, pero hubiera sido despiadado desahuciar su alma".) La del respeto será la peor de las mentiras: nada podía hacer más daño a esa familia que el batir mediático, hora tras hora, de una esperanza infundada. Ni una sola vez, como respondiendo a una conjura, los medios introdujeron en su discurso la expectativa más abrumadoramente razonable, que es que Julen estuviera muerto. 

Creo que en algunos lugares incluso estuvo explícitamente prohibido mencionarla. Prefirieron manejarse, no con un hecho, sino con una expectativa altamente contraria, es decir, que Julen viviera. La razón tiene poco que ver con la piedad. 

La piedad, mal entendida, es como mucho un efecto colateral. ¿Quién podría justificar horas y horas, y páginas y páginas, sobre el rescate de un cadáver? ¿Será necesario que me ponga a estimar ahora la diferencia que hay en términos de share entre Julen y el cuerpo de Julen? Tan solo hace un par de días, cuando el cuerpo del niño llevaba más de diez en el pozo, algunos empezaron a dar, tímidamente, alguna señal de vida inteligente: qué posibilidades hay de encontrar a Julen vivo, se preguntaban. Lo más formidable es que para contestarse incluso llamaron a los expertos.

La única expectativa razonable debía estar ausente del discurso mediático no solo por la bajada de audiencia que va de un vivo a un muerto. Era preciso seguir, además, las cláusulas del arte de hacer comedia. Ya advertía Lope sobre la cólera del español sentado y cómo podía estimularla la anticipación de las conclusiones: "Pero la solución no la permita/hasta que llegue a la postrera escena;/ porque en sabiendo el vulgo el fin que tiene,/ vuelve el rostro a la puerta, y las espaldas/ al que esperó tres horas cara a cara".

 Darlo por muerto, además, hubiese supuesto un derroche. Esta semana que viene se vivirán en inconmensurable directo las escenas del entierro y duelo del pequeño y las mejorará mucho que el cadáver se haya mantenido fresco.

Es indudable que en la tragedia del Cerro de la Corona han concurrido varias circunstancias que avivan el relato. Está el niño, naturalmente. Y está la recurrencia telúrica, origen de tantas pesadillas infantiles y de tantas sumisiones adultas ante la tiránica Madre Naturaleza, madrastra. Esto que explicaban con vehemencia titulares del tipo: "Ahora manda la montaña"

 Una vez establecida la estructura del serial, del folletín, por llamarlo con un género de raigambre periodística, las decoraciones aparecen indefectiblemente en función de las características singulares de cada suceso. En el caso de Julen, y aparte de las mencionadas, ha sido muy importante también la ingeniería. 

Cualquier relato de esta naturaleza ha de tener su pompa técnica. Sucede también en el noir y en el género de los juicios. Insertar en la trama complejidades especializadas agrada mucho a los bricoleurs de los hechos, que proliferan en las redes sociales, capaces de convertirse en ingenieros de minas en cuatro trastes de tuit

 Los detalles técnicos ennoblecen las motivaciones del espectador corriente, por más que no comprenda una sola palabra de lo que le están contando, y actúan de rellano de las lágrimas. Pero todo eso es secundario respecto a la serialización. Serializar un hecho real es la máxima aspiración del programador. Su potencia frente a la serialización convencional de la ficción es manifiesta. Aunque a veces haya que hacer decisivos retoques para que funcione. En este caso, convertir un cadáver en un niño.

Hay que subrayar, por último, lo más duro para este oficio. Más duro que detallar sus trampas, sus renuncias, sus fingimientos, su inmarcesible buena conciencia. La premisa absoluta del serial de Julen es que sea gratuito.

 Ante la montaña de letras e imágenes alzada estos días es impactante pensar que el periodismo, globalmente considerado, se ha convertido en uno de esos espectáculos, ciertamente masivos, a los que nadie asistiría de tener que pagar algo por ellos. O por no exagerar: al precio de un euro, all you can eat. (...)"              (Arcadi Espada, El Mundo, 27/01/19)

8/11/10

"El periodismo digital hace de todo menos dinero"

"Pregunta. Los medios en papel impreso están volviéndose locos para encontrar un modelo económico que les permita sobrevivir. Die Zeit lo tiene. ¿Cómo lo han logrado?

Respuesta. Yo rechazo el término "sobrevivir". Porque Die Zeit, el año pasado, en el momento más terrible de crisis económica mundial, registró el mejor año de su historia, tanto en tirada como en ingresos. Este año nos va aún mejor. No digo esto para jactarme, lo digo porque no es obvio que el papel impreso tenga que estar en crisis. Rechazo las definiciones autodestructivas. Me molestan.

En los últimos años hemos hecho mucho para dañar la imagen del papel, al que, en el fondo, debemos todo. ¿Cómo lo hemos conseguido? Desoyendo todo lo que nos aconsejaron los asesores de medios. Seguimos haciendo textos muy largos, no nos adaptamos a las modas y continuamos haciendo un periódico bastante difícil.

Creo que esta fue una de las razones de nuestro éxito. En un momento en el que la gente necesita orientación, se dirige a medios que no han cedido ante compromisos.

P. En concreto, ¿qué estrategias han empleado?

R. Hemos introducido el color y la "cover story", la historia de portada, en lugar del artículo de opinión; hemos estudiado un nuevo diseño, moderno y bonito, y hemos creado nuevas ofertas: páginas para niños, la revista, páginas dedicadas a temas religiosos, páginas que pertenecen solo a los lectores...

Para ello hemos estudiado muy bien las necesidades de nuestros lectores. A menudo, nosotros, los del papel impreso, hacemos diarios solo para nosotros y para nuestro sector y nos olvidamos del público que paga. También hemos abierto nuevos campos para competir: hemos fundado ocho nuevas revistas con la marca Die Zeit, tenemos una oficina de viajes y una tienda de marca que vende nuestras ediciones.

Hemos ampliado actividades, pero no hemos traicionado nuestra propuesta de calidad. Creemos que la calidad trae dinero.

P. ¿En qué medida la revolución digital ha cambiado Die Zeit?

R. Lo ha cambiado relativamente. Buscamos no hacer lo que hacen los diarios, ni siquiera soñamos con hacer lo que hacen los online. Buscamos la profundización, la orientación, el acercamiento distinto. Nuestra tentación como periodistas es tratar siempre el tema que está en pleno debate y genera polémica.

En plena polémica acerca del libro de Thilo Sarrazin -crítico con la contribución social de los inmigrantes musulmanes- y del proyecto de Stuttgart 21 -tren de alta velocidad rechazado por su impacto ecológico-, abrimos hace dos semanas con una sobre el misterio de la autoridad, Das Rätsel Autorität -una investigación político filosófica sobre la autoridad-, que no tenía nada que ver con las discusiones actuales y que, sin embargo, era un debate sobre los valores de nuestras vidas.

Fue el número más exitoso de este año. Significa que han cambiado las necesidades de los lectores. Tenemos que cuidar a nuestro público, que es fantástico. (...)

P. La página web elabora contenidos propios, ¿cómo está organizada?

R. La redacción online es grande, está separada y se divide entre Hamburgo y Berlín. Ahí trabajan en total unas 60 personas. Un tercio de los redactores del papel además, contribuyen, de manera absolutamente voluntaria, a la web. Nos estamos comprometiendo mucho con el digital, no negamos en absoluto su valor, y creemos en ello.

Pero quiero hacer una observación: este medio celebrado en todas partes como el futuro, de momento, sabe hacer de todo menos ganar dinero. Por eso estamos invirtiendo en el digital, porque nosotros también creemos en él, pero evitamos, con todas nuestras fuerzas, hablar mal del papel. (...)

P. ¿Hay entonces un futuro para el periodismo de calidad, ése que cuesta dinero?

R. Yo no estoy negando la crisis, es inútil cerrar los ojos. Digo, sin embargo, que no está escrito en las tablas de Moisés que todos los periódicos vayan a desaparecer. Habrá excepciones. Tenemos que cambiar los periódicos, pero no podemos atribuir nuestros problemas solo a la revolución de Internet. Hubo otros errores.

P. ¿Cuáles?

R. La falta de credibilidad. El abandono de la calidad. Si se empieza a hacer diarios demasiado sensacionalistas o demasiados parecidos entre sí, se pierde tirada. La crisis de los diarios estadounidenses empezó con la actitud de la prensa hacia la guerra en Irak.

Los diarios se dejaron instrumentalizar por el aparato propagandístico, por eso los lectores empezaron a buscar en Internet, porque ahí estaba la promesa de encontrar otra información. La crisis empezó ahí." (Giovanni di Lorenzo: "El periodismo digital hace de todo menos dinero". El País, Domingo, 31/10/2010, p. 8/9)

1/10/10

Una sola víctima nos conmueve más que miles



"¿Cuántos héroes caben en un guión de cine? No muchos, acaso uno o dos. Pero también, ¿cuántos casos personales altamente desdichados o campeones caben en el corazón de los lectores? Acaso dos o tres. Cinco ya sería demasiado. (...)

Los 33 mineros chilenos que se encuentran sepultados a 700 metros de profundidad son, en consecuencia, una multitud inabarcable. Podría morir la mitad, las dos terceras partes de ellos y todavía serían muchos para la producción de una noticia con punta. El sensacionalismo requiere concentración, récord, primicia, contundencia y simplificación. Un espectador, un lector, un radioyente no tiene tiempo para estar recibiendo día a día noticias y más noticias del mismo suceso. Llegados a un punto se aburren o se desinteresan. Se trata del "punto muerto" y es lo que ocurre con las decenas de cadáveres que provocan a diario los terroristas suicidas en Irak o Afganistán o, el pasado agosto, las lluvias en Pakistán. La sensibilidad se embota. Y todo medio que aspire a comunicar lo sabe.

El medio sabe: a) que la noticia ha de ser "bomba", b) que la noticia no debe hacerse larga, c) que la noticia debe impactar.

Los impactos, tan asociados a la publicidad, son inseparables de cualquier media que pretenda ser eficaz. Es decir, que intente explotar la materia prima de la información y obtener el beneficio más sustancioso al publicarla.

Un campeón, un héroe o una heroína, un asesino en serie o una madre de quintillizos se convierten en oro informativo si con el scoop, el medio se corona y no sigue insistiendo en la ceremonia una y otra vez. Este recurso a lo despacioso y repetitivo, característico de los programas del corazón, es la antítesis del periodismo y, en efecto, ni su género ni sus participantes son aceptados como colegas en el mundo profesional. El antiperiodismo no es lo contrario a la Historia pero sí, en buena medida, al proceso. (...)

Poco a poco, de las tres funciones que en las escuelas atribuían al oficio del periodismo (informar, formar y entretener) la segunda ha caído en el abismo, la primera flota entre ahogos o escollos y la tercera -siguiendo el aire de los tiempos- ha subido hasta el primer lugar. ¿Cómo actuar por tanto para lograr entretener al receptor? No repetir, primero, innovar, siempre y focalizar, después.

El terremoto del Índico en 2004, conocido por la comunidad científica como el terremoto de Sumatra-Andamás, formó parte de este fenómeno tanto por su magnitud extraordinaria como por los casi 300.000 muertos y 50.000 desaparecidos con el tsunami. El desastre fue denominado en algunos medios internacionales -en Australia, en Canadá, en Nueva Zelanda y en el Reino Unido, entre otros- como el boxing Tsunami porque ocurrió el mismo día del boxing day, un 26 de diciembre, festivo en estos países a la manera del segundo día de Navidad español.

El día del tsunami asiático ocurrió exactamente un año después del terremoto de 2003 que devastó la ciudad iraní de Bam y dos años antes del terremoto de Hengchun, en 2006. De estos dos seísmos, anterior y posterior, apenas queda ningún recuerdo. Sería de un lado pedir demasiado a la memoria entretenida pero, además, solo uno, como en los guiones de cine merece el galardón de ser calificado como histórico, glorioso, dantesco o devastador. (...)

La enorme destrucción que causó el terremoto en Haití, por ejemplo, el país más pobre del continente americano y donde perdieron la vida 200.000 personas y quedó sin hogar a más de la quinta parte de su población, se ha olvidado relativamente pronto. "Y no te olvides de Haití", escribe Forges todos los días ante la evidencia de que esa noticia ya se encuentre amortizada. Amortizada en las redacciones y amortizada en el corazón del público.

Ante una desgracia o una proeza particular, se trate de la lapidación de una mujer iraní o el cambio de cara de un quemado, la emoción personal se dispara enseguida y se alarga en los comentarios de meses después. Frente a la tragedia colectiva, las decenas o centenares de muertos, la compasión dura menos. En el primer supuesto el caso individual crea empatía entre los individuos y su asunción cala pero frente al siniestro colectivo, numeroso hasta ser incontable, inmenso pero inmensurable, la capacidad de solidaridad se apaga en días. Una gran afluencia de ayudas llega al principio y de pronto la caridad decae y se agota.

Esta es la paradoja de la información. Más protagonistas del suceso no aumentan la escala de la noticia. Es el grado de intensidad la que multiplica su escala. De ahí que si unos cuantos en torno a Terry Jones prepararon la quema del Corán su grado de intensa provocación diera la vuelta al mundo. (...)

Publicar la muerte de una figura, contar su existencia extraordinaria atrae poderosamente la atención. Poco importa que ese sujeto ejemplar y representativo deba su fama a la política o al arte. O que, en el caso de las grandes sevicias, sea el representante de una colectividad que muere de hambre, de enfermedad o de frío. Ese representante queda investido de la historia colectiva que en él se condensa como una apretada traducción que entiende la gente, el sensacionalismo y nosotros los consumidores de su sabor.

De esta manera, ya sea la erupción del Nevado del Ruiz, ya sea el hundimiento del Titanic, ya sea el desembarco de Normandía, el periodismo o el cine lo resumen en la estampa de una niña agonizante, una pareja de jóvenes amantes o una patrulla que busca al soldado Ryan." (El País, 29/09/2010, p. 20/1)