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9/9/21

El caso del joven masoquista de Malasaña pone en evidencia la mala praxis de políticos y periodistas... Ese “periodismo exprés” que consiste en soltar la noticia sin seguir los protocolos profesionales habituales (contrastar la noticia con al menos tres fuentes de información), conlleva serios riesgos de error y de abusos que los periodistas no deberíamos permitirnos

 "La falsa víctima de la agresión homófoba mintió para ocultar sus prácticas sexuales masoquistas a su pareja. 

No hubo una agresión homófoba a las cinco de la tarde de este domingo en Malasaña, el céntrico barrio de Madrid. Fuentes policiales han confirmado a EL MUNDO que la supuesta agresión cometida por ocho encapuchados fue en realidad un acto consentido durante un encuentro con prácticas masoquistas con dos personas, noticia adelantada por el periodista Manu Marlasca en La Sexta. (...)"      (El Mundo, 09/09/21)


 "El titular era demasiado goloso como para dejarlo escapar. 

Tenía todos los ingredientes morbosos para reventar las redes sociales y provocar un cataclismo político sin precedentes: ocho encapuchados atacando a un homosexual al más puro estilo Ku Klux Klan, homofobia desatada, grupos urbanos ultras organizados y dando caza al hombre, la unidad antiterrorista movilizada e investigando el asunto, España entera en la calle en manifestaciones masivas. Un bocado suculento para los políticos y una bicoca para los periodistas, que nos subimos a ese carro animosamente y sin excepción.

Sin embargo, en apenas unas horas, la Policía española (que afortunadamente para todos nosotros sigue trabajando con destreza, para algo es una de las mejores del mundo) desmontaba la historia tras comprobar que las cámaras de seguridad instaladas en la calle no habían registrado, extrañamente, el momento en el que los supuestos cafres abordaban a la víctima para vejarla cruelmente. 

Ante esa prueba contundente, el chaval se derrumbó y confesó que todo había sido una invención, que su denuncia era falsa y que ningún vándalo le había marcado la palabra “maricón” y una cruz invertida (a punta de cuchillo) en las nalgas, ya que esas heridas eran consecuencia de un juego masoquista con otras parejas que no eran la suya (de ahí el montaje para ocultar su infidelidad).

Nadie daba crédito ante un caso que registraba un giro de ciento ochenta grados. Los políticos se apresuraban a borrar sus tuits, los tertulianos y columnistas escondían la cabeza debajo del ala o hacían mutis por el foro, los convocantes de la manifestación contra la homofobia se reunían para decidir qué hacer y la prensa, toda la prensa sin excepción, quedaba en evidencia.

 El país entero había estado a punto de convulsionar por una noticia fake que esta vez no salía de las cloacas de las redes sociales, sino de las televisiones que vemos cada día, de las cadenas de radio, de las rotativas y páginas webs de los periódicos más prestigiosos. Todo el sistema se había agitado, como en una grave crisis de histeria colectiva, por la bobada de un sujeto temeroso de que su novio se enterara de que le había puesto los cuernos.

La escabrosa historia tiene no pocas aristas e interpretaciones de todo tipo. La primera que no se puede acusar sin pruebas y la segunda que quien saca rédito político de esta delirante película es la extrema derecha, que esta vez y sin que sirva de precedente no estaba en el ajo, aunque es cierto que con su discurso está creando el caldo de cultivo homófobo para que se repitan agresiones de este tipo. Vox, que nunca pierde el tiempo en la manipulación informativa, ya está exigiendo la dimisión del ministro del Interior, Grande-Marlaska, un auténtico terremoto político generado por un episodio tan trivial como la estupidez de un masoca que saca placer de que le azoten y le zurren hasta sangrar. De ese rifirrafe político saldrá, a buen seguro, un puñado de votos para la extrema derecha trumpista.

En realidad, los delitos de odio se han disparado en el último año (más de un 9 por ciento respecto a 2019) y un caso aislado de denuncia falsa no puede ocultar decenas de ataques homófobos y xenófobos que se perpetran con total impunidad. Si de cada setecientas agresiones una es falsa, lo que ocurre aquí es que la excepción confirma la regla, por mucho que le pese a Vox. El problema está ahí, eso es evidente, y los chascarrillos y chanzas de la formación ultraderechista sobre este suceso solo contribuirá a banalizarlo. De eso va el discurso populista.

Periodistas poco profesionales

Pero más allá de las implicaciones políticas, resulta absolutamente imprescindible que la profesión periodística haga una profunda reflexión sobre la forma de trabajar que han impuesto las nuevas tecnologías. Ese “periodismo exprés” que consiste en soltar la noticia sin seguir los protocolos profesionales habituales (contrastar la noticia con al menos tres fuentes de información), conlleva serios riesgos de error y de abusos que los periodistas no deberíamos permitirnos. Una historia como la del masoquista de Malasaña no hubiese ocurrido jamás en el viejo mundo, en el periodismo tradicional antes de que llegaran las redes sociales y el sector entrara en una crisis galopante. 

Entre otras cosas porque los periodistas de un medio en papel hubiesen tenido toda la mañana y toda la tarde por delante para estudiar el caso, levantar el teléfono, hacer unas cuantas llamadas, debatir con el consejo de redacción, analizar y valorar los datos, así como los pros y los contras de una noticia tan extraña y de un alcance tan brutal, antes de colocar el titular prudente y mesurado a falta de que se esclareciese el turbio asunto. De esta manera, la noticia que habría aparecido al día siguiente en el cualquier periódico nacional y regional habría sido algo así como La Policía investiga una supuesta agresión homófoba en Madrid, que era el que tocaba poner por simple ética profesional. Hoy ese titular no sale en ningún medio sencillamente porque no tiene punch y no vende.

Lamentablemente, hoy ya no se trabaja de esa forma artesanal, los periodistas se han visto arrastrados a una especie de vertiginoso corta y pega, unos medios se copian a otros descaradamente y todos quieren estar “bien posicionados” y antes que nadie en el insaciable mercado de Internet. La calidad ha cedido ante la cantidad; la verdad ha claudicado ante el negocio y el beneficio rápido. 

Esta práctica generalizada cuyo único fin no es proporcionar una información veraz y rigurosa al ciudadano (oyente, espectador o lector) sino aumentar las audiencias e incrementar el tráfico en las páginas web –que es lo que atrae publicidad–, supone un peligroso cáncer para la profesión. Y en ese desquiciado carrusel mediático en el que hemos caído todos por influencia de la revolución tecnológica y de las nuevas leyes del mercado periodístico (también el que firma este artículo), lo lógico es que al final acabemos cometiendo errores y montando un circo o un pollo mundial como el caso de ese chico mentiroso al que le falta un hervor y que con su delirio ha conseguido poner patas arriba a todo un país."          (José Antequera, Diario16, 09/09/21)

6/11/20

En Albacete contando los votos de Wisconsin... estamos con el alma en vilo por el resultado electoral de Estados Unidos. Han logrado que nos olvidemos de nuestros 20.000 contagiados y 150 muertos diarios

"Dando un repaso en España a las portadas de nuestros periódicos y las aperturas de los informativos de televisión descubrimos que estamos con el alma en vilo por el resultado electoral de Estados Unidos. Están consiguiendo que nos preocupe más el voto de Pensilvania que el número de rastreadores que hay en nuestro centro de salud.

Han logrado que nos olvidemos de nuestros 20.000 contagiados y 150 muertos diarios y nos quedemos hipnotizados por un recuento electoral que ni entendemos ni nos afecta. ¿Alguien podría explicar en qué le cambia la vida que gane Trump o Biden?

En mis primeros años de periodista becario en un periódico nacional, en 1991, me dejaron de responsable de cierre de la sección de Sucesos. Coincidieron dos tragedias naturales: la erupción de volcán Pinatubo en Filipinas y unas inundaciones de Bangladesh. Mientras que en el segundo caso las víctimas mortales se contabilizaron por decenas de miles, en el primero, apenas hubo un par de muertos, uno de ellos un periodista.

Sin embargo, a la redacción del periódico llegaban diez teletipos sobre el Pinatubo por cada uno de Bangladesh. La razón era que cerca del volcán filipino había una base militar estadounidense con mucha población de ese país, lo que lo convertía en asunto de interés para Estados Unidos. En cambio, en Bangladesh, ni Estados Unidos ni ninguna otra potencia occidental tenía intereses.

Que estas circunstancias influyeran en la cobertura de los medios estadounidenses era comprensible, lo curioso es que los medios españoles se veían condicionados por ese comportamiento. Es decir, si llegaban muchos teletipos de Filipinas y pocos de Bangladesh, la prensa española replicaba ese porcentaje de importancia en su cobertura. El patético resultado era comprobar que se titulaba una columna con cien mil muertos de las inundaciones y un titular a tres columnas con el desalojo de dos mil personas en Filipinas, sin víctima alguna.

Treinta años después, tengo la sensación de que los medios siguen con el mismo patrón. Como llega un alud de informaciones de agencia sobre el recuento estadounidense, tanto los grandes medios del resto del mundo como los pequeños creen que eso es lo más importante. Y ahí tenemos a los vecinos de un pueblo de Albacete comentando en los mentideros de la plaza sobre los resultados de Wisconsin cuando ni se enteraron de las elecciones en Galicia, la prueba más evidente de una colonización mediática.

Pero lo que está sucediendo en estas elecciones estadounidenses es solo un ejemplo de la forma en que la agenda internacional dominante puede condicionar a unos medios nacionales y, sobre todo, cómo los medios pueden terminar imponiendo su agenda a la sociedad. Como, lógicamente, nuestra atención es limitada, el interés por esos temas lleva asociado inevitablemente el desplazamiento de otros.

Y son muchos los intereses que hay en un país para que nos ocupemos (y preocupemos) por asuntos de países lejanos donde, suceda lo que suceda, nadie le pedirá explicaciones ni responsabilidades a su gobierno. Es verdad que hubo sectores políticos y mediáticos que, ante nuestros problemas nacionales, se limitaba a sacar Venezuela, ahora hay otros, y quizás de todos los signos políticos, que lo que hacen es sacar las elecciones de Estados Unidos. Total, llevan años con el espantajo de Trump."                 (Pascual Serrano, elDiario.es, 05/11/20)

12/2/10

"Se está sustituyendo a los periodistas por relaciones públicas"

"Pregunta. ¿Qué es lo que más le preocupa de la crisis del periodismo y de la prensa?

Respuesta. Es muy preocupante. Uno podría decir, 'bueno chicos, mala suerte. Hicisteis un buen trabajo mientras duró'. Pero es mucho más complicado. En Estados Unidos hay estudios que demuestran que la prensa escrita genera el 96% de las noticias de elaboración propia. Las cadenas de televisión e Internet sólo aportan el 4%. Por eso es tan grave su colapso.

P. Y, sin embargo, la crisis se está cebando especialmente con la prensa.

R. En EE UU han cerrado 140 periódicos. Hace unos años teníamos 60.000 periodistas; ahora no llegan a 46.000. Cada mes, 1.000 más se quedan en el paro. Se están sustituyendo por relaciones públicas. Según un estudio hecho en Baltimore, el 86% de las noticias proceden de notas de prensa.(...)

P. ¿Qué papel juega Internet en todo esto?

R. Todo el mundo se ha acostumbrado al todo gratis. Parte de la solución pasa por lograr sacar rentabilidad de la Red, pero no es la clave del problema. Por ahí no se van a sustituir las pérdidas derivadas de la caída de la publicidad y los anuncios clasificados. Hay que buscar otras cosas.

P. Somos todo oídos.

R. Para empezar, habría que cambiar las leyes antimonopolio y permitir a los medios de comunicación fijar precios conjuntos. Eso evitaría la tiranía del todo gratis. En estos momentos nadie se atreve a cobrar por sus contenidos en la Red por miedo a que los lectores se vayan a la competencia, cosa que cambiaría si se fijara un precio conjunto. Además, habría que asegurar el derecho al copyright. No puede ser que una empresa pague los costes de tener a un periodista investigando durante meses un tema y que después cualquiera pueda publicarlo cambiando ligeramente el texto. No puede ser que Google, Yahoo, los blogs... se nutran gratis de sus contenidos. Finalmente, también sería importante aumentar los recursos destinados a las empresas de comunicación públicas asegurando la independencia de su línea editorial.

P. La prensa está en crisis y, sin embargo, cada vez hay más cadenas de televisión.

R. Sí, y muchos debates con gente gritándose, programas muy caldeados que aportan poca luz. No es periodismo, pero resulta mucho más barato que mandar a un periodista a investigar.

P. Al público no parece importarle demasiado.

R. Bueno, hay un concepto del que se está empezando a hablar que es la educación o la alfabetización en noticias. Es fundamental enseñar a los jóvenes a distinguir entre el buen y el mal periodismo para que tengan capacidad crítica." (WILLIAM BAKER: "Se está sustituyendo a los periodistas por relaciones públicas". El País, ed. Galicia, sociedad, 11/02/2010, p. 40)