El magnate Donald Trump tiene muchos motivos para sentirse orgulloso de haber conseguido que el presidente Obama haya tenido que hacer pública su partida de nacimiento.  Al menos, tantos como para que se extienda la preocupación entre los  ciudadanos comprometidos con el sistema democrático.
Trump ha logrado,  en efecto, que la telebasura fuerce una decisión al máximo dirigente del  país más poderoso del mundo, algo que, hasta el momento, era patrimonio  de la prensa de referencia. Pero esto es solo la parte visible, casi  anecdótica, de una realidad que ha ido fraguándose a lo largo de las  últimas décadas, y que afecta a la naturaleza y a las relaciones de la  política y del periodismo. (...)
Acosado por la evidencia de que un elevado porcentaje de norteamericanos  da crédito al infundio de que no ha nacido en Estados Unidos, Obama se  ha visto forzado a exhibir el documento que demuestra lo contrario. Solo  en apariencia se trata de un caso más en el que la vida privada salta  al ámbito público, en la estela de lo que sucede en tantos programas  anodinos emitidos por las televisiones de todos los países.
La astucia  de Trump ha consistido en encontrar un punto de contacto entre ambas  esferas, a partir del cual un asunto personal adquiere una  extraordinaria relevancia. Si Obama no hubiera nacido en Estados Unidos,  según ha dado a entender el magnate, su acceso a la Casa Blanca sería  resultado de un fraude y, por tanto, su presidencia sería ilegítima. (...)
De imponerse el infundio de Trump, daría igual lo que Obama hiciera o  no hiciera; lo que estaría en cuestión es su derecho a tomar ninguna  decisión y la obligación de los norteamericanos a obedecerla. El desafío  de Trump era de tal naturaleza que el presidente de Estados Unidos no  disponía de otro margen que hacer pública su partida de nacimiento.
No  para salvar su presidencia, sino la estabilidad del sistema democrático  norteamericano. Porque, ¿cómo hubiera podido el vicepresidente, Joe  Biden, suceder a un impostor si él habría sido el primero, junto al  Partido Demócrata, en dejarse engañar?La argucia de Trump  valiéndose de la telebasura como instrumento no habría prosperado si,  por otra parte, no hubiera encontrado un caldo de cultivo propicio en la  sociedad norteamericana.
El hecho de que un negro llegara a la  presidencia de Estados Unidos por primera vez en la historia llenó de  esperanza a muchos ciudadanos, que vieron ahí la prueba de que el  sistema democrático era capaz de cumplir con una de sus principales  premisas, la igualdad ante la ley.
Otros ciudadanos, en cambio,  entendieron que el desprestigio del racismo les impedía expresar  abiertamente su contrariedad, obligándoles a buscar disfraces más o  menos respetables para su rechazo visceral a ser gobernados por un  negro.  (...)
Estas insidias contra el presidente norteamericano están, sin duda,  dictadas por el racismo. Pero no porque se dirijan contra un negro, sino  por el sobrentendido del que parten. Lo que venían a sostener quienes  dudaban del compromiso de Obama en la lucha contra Al Qaeda por llamarse  Husein, lo mismo que Trump al arrojar sospechas sobre su lugar de  nacimiento, es que solo quienes llevan nombres cristianos y son blancos  tienen acreditada su condición de norteamericanos.
El resto, ese resto  al que pertenece el presidente Obama, están obligados a probarla en toda  circunstancia, sobre todo si adquieren una destacada posición. Este  sobrentendido, esta concepción implícita de en qué consiste ser  norteamericano, es lo que ha permitido a ciudadanos como Trump presentar  como defensa de la democracia y de las leyes lo que, en realidad, es  una agresión inspirada por el racismo. (...)
Por descontado, el triunfo de Trump y la telebasura sobre el presidente  de Estados Unidos es resultado de que, en el siglo XXI, no todos los  ciudadanos, ni todos los medios de comunicación, ni todos los partidos  han renunciado a la estrategia de convertir una mentira en verdad a  fuerza de repetirla. Pero, una vez más, Trump ha necesitado de un caldo  de cultivo propicio, en esta ocasión alimentado desde los partidos. (...)
El problema del sensacionalismo en los medios de comunicación no es  nuevo ni responde a la extensión de las nuevas tecnologías; lo que es  radicalmente nuevo es el terreno que ha ido conquistando a la política y  al periodismo por la vía de difuminar la frontera entre la información y  la opinión entendida como servicio público o como mero entretenimiento.
En la primera concepción rige un deber de responsabilidad que no existe  en la segunda, y que es lo que explicaría el que, a fuerza de  intentarlo, un personaje como Trump haya realizado el más pavoroso  descubrimiento de su carrera.
Según ha demostrado el magnate, un asunto  de la vida privada de Obama, aireado en la telebasura como información y  no como entretenimiento, es capaz de saltar al ámbito público y, en  caso de prosperar, provocar una devastadora desestabilización del  sistema político en Estados Unidos.
Henchido por su proeza, Trump  ha hecho mucho más que anunciar su propósito de exigir al presidente  Obama la presentación de su expediente académico, para seguir con el  entretenimiento. Si hay que dar crédito a las palabras y a los medidos  silencios del magnate, su intención sería presentarse como candidato del  Partido Republicano a las próximas elecciones presidenciales.
Si  llegara a cumplir cuanto de momento sólo insinúa, el eslogan de su  campaña coincidirá, indefectiblemente, con el que le aconsejen los  expertos en publicidad. Pero la terrible sentencia que habrá ejecutado  contra el sistema democrático se resume en pocas palabras: la telebasura  al poder."  (El País, 01/05/2011, p. 38)
 
 
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