"Sin embargo, en la cúspide de la vida pública británica ha habido hombres y mujeres que se movían con el corazón encogido por el miedo, y el miedo es enemigo de la libertad.
Era un miedo que no se atrevía a manifestarse; una cobardía encubierta por el silencio, los eufemismos y las excusas que permitía el autoengaño. De puertas adentro, los políticos, encargados de relaciones públicas y, según vemos, hasta responsables de policía se decían entre sí: no hay que atacar a Murdoch.
Nunca hay que enfrentarse a los diarios sensacionalistas. Murdoch y compañía violaron sin escrúpulos, de manera desvergonzada e ilegal, la vida privada de muchas personas para vender periódicos y para asegurarse influencia política.
Si había alguien a quien la prensa sensacionalista no hubiera atacado directamente, siempre estaba la amenaza. En Rusia lo llaman kompromat: material comprometedor, que puede utilizarse en cuanto uno se rebele demasiado.
Ahora sabemos que los pinchazos y sus responsables no se detuvieron ante nada ni ante nadie. La familia real, las familias de los soldados británicos muertos en acción, niños secuestrados: todos estuvieron sujetos a intromisiones y revelaciones.
La arrogancia de los medios de comunicación también ha influido de manera importante en la política británica. En una ocasión, cuando reflexionaba a propósito de las ruinas del bienintencionado esfuerzo de Tony Blair para resolver la crónica esquizofrenia de Reino Unido sobre la UE -un esfuerzo frustrado por la prensa euroescéptica del país-, llegué a la conclusión de que Rupert Murdoch era el segundo hombre más poderoso de Reino Unido.
Pero si el criterio supremo para medir el poder relativo es saber "quién tiene más miedo a quién", entonces habría que decir que, en ese sentido estricto, Murdoch ha sido más poderoso que los tres últimos primeros ministros, que le han temido mucho más a él que él a ellos.
Veamos las pruebas. Blair había visto a su predecesor en el cargo, John Major, y a un líder laborista, Neil Kinnock, destruidos por unos medios de comunicación hostiles. Así que aprendió la lección.
Empleó todas sus armas para seducir a los magnates de la prensa. Solo cuando estaba a punto de dejar el puesto, después de 10 años, se atrevió a denunciar a los medios de comunicación británicos por comportarse "como un animal salvaje". (...)
Lo más escandaloso es que la policía metropolitana de Londres archivó una investigación que debería haber llevado adelante con más energía. Las autoridades policiales no avisaron a miles de personas, cuyos nombres aparecían en las notas de un investigador privado empleado por News of the World, de que sus teléfonos podían estar pinchados.
Fue la tenaz labor de los reporteros de The Guardian y The New York Times lo que obligó a reabrir la investigación policial. (...)
El primer ministro Cameron ha prometido una investigación pública, presidida por un juez superior. Tal vez lo más importante de todo lo que habrá que dejar sentado es por qué actuó así la policía. Y una vez más, la explicación más verosímil es el miedo.
Los responsables policiales temían poner en peligro su cómoda relación con los periódicos de Murdoch, que les ayudaban en sus investigaciones y les elogiaban por su lucha contra el crimen. Algunos agentes recibían dinero de la prensa de Murdoch.
Ahora, varios cargos de la policía dicen que a ellos también les pincharon los teléfonos. A falta de pruebas de lo contrario, la única conclusión razonable es que la policía tenía miedo de que el animal salvaje la devorase en vez de abrazarla. También se arrodilló. (...)
No obstante, incluso aunque queden revelaciones más graves por llegar, el futuro parece más prometedor. El mejor periodismo británico ha dejado al descubierto al peor." (TIMOTHY GARTON ASH: Una cultura del miedo en el corazón del Estado. El País, 18/07/2011)
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