"La semana pasada fue Pérez Reverte. Luego le tocó el turno a Dani Rovira, Jorge Cremades, Ignatius Farray…
La relación de linchamientos digitales
está necesariamente desactualizada, porque no hay día en el que algún
comunicador (famoso o no, basta con que sea un tuitero de cierto
renombre) reciba un varapalo en las redes sociales por parte de algún colectivo ofendido: patriotas, transexuales, feministas, taurinos, policías, veganos, antitaurinos…
en función del motivo de la ofensa “cambia el perfil de los
linchadores, pero el mecanismo es el mismo: un tuit ofendido, una ola de
indignación y una exigencia de vetar o censurar al ofensor”, según me
cuenta Juan Soto Ivars, escritor y columnista en El Confidencial (y efímero colaborador del Tentaciones por un malicioso acrónimo contra Cebrián) y autor del imprescindible ‘Arden las redes’, un libro que recorre el camino desde la censura franquista a lo que Ivars denomina “poscensura”,
un fenómeno vinculado a las redes sociales que trata de acallar
aquellas opiniones (o canciones o chistes) que resultan ofensivas para
cualquier minoría de las arriba citadas.
Ivars me atiende por teléfono desde Barcelona, mientras ultima la presentación en Madrid de ‘Arden las redes’.
Destripar a la gente en las redes sociales se está convertido en un hábito.
La palabra “hábito” lo define muy bien, porque suena a monje o a
fraile. Y es que la actitud de los que tienen este hábito es bastante
monjil. Da la sensación de que hay quien mira la pantalla del ordenador
por la mañana y busca algo con lo que escandalizarse.
¿Cuál suele ser la motivación del linchador?
Para escribir el libro he intentado hablar en cada caso con gente que
ha participado en los linchamientos, y la mayor parte de la gente ni
siquiera era muy consciente de lo que estaba haciendo.
¿Jóvenes, mayores, hombres, mujeres? ¿Hay un perfil claro?
Cada linchamiento es un mundo. Los linchamientos de tema machista los
suele empezar gente muy joven, pero en casos de temas patrióticos o
religiosos suele ser gente mayor.
¿Hay algún caso en el que hayas sentido que los censores tenían razón, que hay ciertas cosas que no se deben decir?
No. Yo estoy a favor de que salga a la calle el autobús de HazteOír, por más que me parezca repugnante su mensaje transfóbico, o una columna racista de Sostres.
Veo con repugnancia el machismo, la homofobia y el racismo, pero por
una cuestión práctica creo que es mejor que se pueda expresar para que
no nos suceda lo mismo que a los americanos, que después de treinta años
de corrupción política institucionalizada -sin que haya un solo mensaje
machista o racista que llegue a los medios-, la aparición de Trump les
haya aparecido algo episódico.
En tu libro diseccionas uno de los primeros linchamientos
virtuales, el que sufrió el director Nacho Vigalondo por un tuit
desafortunado. ¿Por qué los censores tienen tanta fijación con los
humoristas y tan poco sentido del humor?
El humor es el canario que meten en la mina: es el primero que muere
cuando hay una fuga de gas. El humor siempre ha sido la primera víctima
de la censura en todos los regímenes. Lo que a mí me fastidia
especialmente es que gente con la que suelo a estar de acuerdo, como las
feministas, es que el humor de, por ejemplo, Jorge Cremades esté
alentando actitudes machistas por el hecho de ser sexista. Ese es el
mismo argumento que usan los beatos católicos cuando dicen que un chiste
sobre la Iglesia está alentando el odio a los católicos.
¿Y no es así?
Es mentira. Para sustentar esta idea se utiliza el ejemplo de los
chistes sobre judíos que se hacían durante la Alemania nazi, pero este
ejemplo no sirve porque, como explica Klemperer en ‘La lengua del Tercer Reich’, los nazis estaban en el poder y un régimen dispone de herramientas de sobra para oprimir y eliminar a los judíos.
Por tanto, ¿deberíamos tolerar los chistes racistas?
Creo que los chistes racistas son una manera de naturalizar las
tensiones entre gentes de distintas razas que hay en una sociedad. Por
ejemplo, Ignatius Farray hace muchas bromas racistas con negros del público en ‘La vida moderna’
y realmente es una forma de disipar una tensión. La incorrección
polícia bien usada es una forma de acercarnos y no de alejarnos de los
demás.
¿Incluyendo los discursos negacionistas?
No creo que el argumento débil contra el fuerte deba ganar siempre
porque ahí está el fanatismo y la fe, pero tampoco creo que la solución
esté en prohibir. En el caso de los negacionistas nazis, la censura les
da una pátina de rebeldía que conduce a esa especie de validez loca que
tienen también los fanáticos de la conspiración: si
crees que las Torres Gemelas las tiraron los judíos y encima no te dejan
decirlo, será la confirmación de que estás en lo cierto.
Y además te retroalimentas con las ideas de otros que creen tus mismas locuras.
Antes de las redes sociales no éramos tan conscientes de que había
tanta gente con mierda en la cabeza. Las redes sociales nos han dado la
máxima libertad de expresión, y el taxista que antes te hablaba 20
minutos ahora tiene un blog o 40.000 seguidores en Twitter.
Pero las redes sociales también sirven para la movilización. Ahí está el 15-M, que no hubiera sido posible sin internet.
En las redes sociales, la palabra se confunde con la acción. A través
de las redes sociales no podemos hacer nada cuando nos enteramos de que
el PP es corrupto desde los bajos hasta el sexto piso, pero sí podemos
hacer algo cuando Sostres suelta una burrada machista,
por ejemplo recoger firmas para que le echen.
Por eso creo que las redes
sociales son tan peligrosas para la liberad de expresión y tan poco
peligrosas para la corrupción. Las redes sociales no pueden llevar a la
cárcel a Rodrigo Rato pero sí al paro a un columnista porque ha caído mal a un grupo. Y de hecho, ya ha ocurrido dos veces.
¿Existe una relación entre la corrección política y la elección de Trump?
Definitivamente: el sueño de la corrección política produce monstruos como Trump.
Basta con que un millonario hable como habla la gente normal en EEUU
para que las mentiras que cuenta sean tomadas por verdades por los
votantes, simplemente porque su forma de hablar es más auténtica. Trump
se expresa como la gente de la calle.
¿Trump utilizó la incorrección política como arma electoral?
Trump para mí es imposible sin corrección política. Los demócratas
estaban convencidos de que después de las declaraciones machistas de
Trump ninguna mujer iba a votar a Trump, pero resulta que el 53% de las
mujeres blancas le votaron.
¿Por qué? Porque esas mujeres entienden que
el hecho de que Trump se exprese como un absoluto misógino no quiere
decir necesariamente que vaya a comportarse como tal. De hecho, sus
maridos y los amigos de sus maridos se expresan así.
¿Crees que la censura puede ser contraproducente?
El maquillaje léxico, el eufemismo no funciona porque el racista no
tiene ningún deseo de dejar de ser racista. Por tanto, si desde arriba
le imponemos que deje de expresarse como si fuera racista, él va a
seguir siéndolo, y va a educar a sus hijos para que sean racistas,
independientemente de lo que digan los medios o la escuela. Por eso
desconfío de cualquier medida de censura para gente que, desde mi punto
de vista, piensa de una manera abominable. Al contrario de los
defensores de la corrección política yo no creo que desde arriba a abajo
se pueda cambiar un sentimiento tan arraigado como la xenofobia.
Eso delata que las sociedades se han partido y hay distintos sistemas
morales. Esto se explica muy bien como un ejemplo: imagínate que haces
un chiste contra la Iglesia y los católicos empiezan a acusarte de
blasfemo. Como buen ateo, a ti la acusación de blasfemo no te importa,
incluso puedes estar orgulloso. Esto es lo que mismo que le pasa a un
votante de ultraderecha si le llamas racista o machista.
Quién nos hubiera dicho que 20 años después íbamos a sufrir una
versión mutada de la corrección política gracias a las redes sociales…
A veces crees que en las redes sociales estás haciendo una crítica
pero en realidad estás participando en una quema de brujas. Por otro
lado, las redes sociales son políticamente correctas. Facebook no
exhibe pezones de mujer porque eso es políticamente correcto y su
intención es que pasemos el máximo tiempo posible en su red, y para eso
la experiencia debe ser “agradable”, como dicen ellos. La corrección
política es exactamente eso: el mundo está lleno de racistas y machistas
pero la corrección política es el arma que tenemos para no oírlos… pero
van a seguir ahí.
Están, pero no los vemos ni los oímos.
Esto tiene que ver con la aldeización de la sociedad, el efecto burbuja que estudia Pariser,
en las redes sociales acabas viendo sólo a gente que piensa como tú.
Mediante sus algoritmos Facebook tiende a enseñarte menos cosas con las
que sabe que no estás de acuerdo. En consecuencia, piensas que todo el
mundo piensa como tú y acabas convirtiéndote en un fanático radical.
Y ahí entra el llamado “sesgo de confirmación”, del no solemos ser conscientes.
Con respecto al sesgo de confirmación fue muy interesante ver la
reacción de mis amigos que habían votado a Unidos Podemos y que están
todo el día en Twitter y Facebook, y se niegan a leer ningún periódico
que no sea El Diario o Público, y cuando el partido perdió
un millón de votos respecto a lo que decían las encuestas creyeron que
había habido un pucherazo.
No les cabía en la cabeza porque todo el
mundo iba a votar a Podemos. Cuando ya no te fías ni del sistema
democrático dudo que eso lleve a algo bueno: no lleva a la revolución,
sino a la frustración y a la radicalización.
“El censor siempre cree que la sociedad es infantil y manipulable”.
El censor siempre ha pensado igual. Antes eran unos funcionarios que trabajaban para Franco
y ahora hay censores de todas las ideologías y muy activos, pero en
esencia no han cambiado: el censor siempre cree que la sociedad es
infantil y manipulable. Ese es el primer punto de la mentalidad censora:
creer que todos los que no son tú son manipulables.
El segundo es
pensar que hay ideas que van a hacer peor la sociedad porque van a
contagiarse entre todos esos imbéciles que no son tú. Y el tercero es
estar vigilante. Con esos tres puntos tenemos tanto un censor franquista
como a una persona muy concienciada contra el machismo que se dedica a
montar cacerías contra Jorge Cremades.
¿Si silenciamos a Cremades se acabó el machismo?
Una persona adulta piensa: “Puedo escuchar una locura sin volverme
loco. Puedo escuchar un chiste racista sin volverme racista”. Al censor
le pasa lo mismo: no se ha vuelto machista por ver los vídeos de
Cremades. A él no le afecta, pero cree que a los demás sí. Esto es
válido para todo: si yo soy ateo no creo que me vayan a volver católico
las misas en La 2. No me afectan.
¿Resulta coherente defender a los titiriteros un día y exigir la retirada del autobús de Hazte Oír al día siguiente?
Lo realmente peligroso no es la corrección política sino sus
repercusiones en la guerra cultural, cuando hay dos correcciones
políticas opuestas e intentan tener hegemonía la una sobre la otra.
¿Cómo conocimos la existencia del autobús de Hazte Oír? ¿Acaso
pasó por delante de nuestra casa o porque un montón de gente indignada
por su existencia? No. Fueron los censores los que al final sirvieron en
bandeja la notoriedad del autobús. Sin ellos, la campaña de Hazte Oír
hubiera sido un fracaso.
¿Qué papel juega el miedo a la disensión en la poscensura?
Se confunde la palabra con la acción todo el rato. ¿Qué quiere decir
una “agresión” en la red, qué te insulten? Puede ser desagradable, pero
no es una agresión. Lo que sí sucede con los insultos en la red es que
la gente empieza a tener miedo de decir ciertas cosas, pero no porque me
van a insultar los otros, sino porque me van a insultar los míos. A mí
es eso lo que realmente me preocupa.
¿La poscensura es entonces una forma de autocensura?
La poscensura funciona así: gente que tiene una ideología pero puede
que no esté al 100% de acuerdo con ella acaba no expresando sus puntos
de disconformidad por miedo a que los suyos le llamen traidor. Mucha
gente no se atreve a cuestionar ciertos dogmas porque la presión puede
ser insufrible. Ahí es donde está el peligro, que nos volvemos
monolíticos.
También hablas en el libro de la confusión entre realidad y ficción, como sucedió en el caso Migoya, con ‘Todas putas’.
Sí, el caso de Frisas y el de Migoya son exactamente iguales. El
pensamiento políticamente correcto es antiliterario. La literatura y la
corrección política son antagónicos, porque la literatura, en primer
lugar tiene un contexto de época y se busca la verosimilitud. Migoya
escribió el relato en primera persona de un violador que no se
arrepiente de lo que hace.
Yo al leer ese relato sentía asco por el
personaje. En la ficción necesitamos buenos asesinos, buenos machistas…
buenos antihéroes. Necesitamos esos personajes, pero no porque nos vayan
a convencer de que vayamos follándonos tías sin su consentimiento, sino
porque nos ayudan a afianzar precisamente nuestro sistema moral.
“Los aparatos censores presumen de haber adivinado las intenciones ocultas de sus víctimas” (‘Arden las redes’, p. 49).
Los políticamente correctos no se enteran de esto. Te dirán que ese
relato no se debería haber escrito porque, en el fondo, quien lo ha
escrito está justificando las violaciones. El censor siempre está seguro
que conoce las motivaciones secretas de las personas, es un experto
leedor de mentes que en realidad no se entera de nada y habla desde sus
prejuicios.
Por eso siempre es imposible defenderse de un censor. Cuando
Cremades se disculpó en Twitter dijo que su intención fue no hacer daño
pero la reacción fue “borra todos tus vídeos porque sabemos cuál es tu
verdadera intención”. Por eso en las redes sociales, la acusación y la
condena son sinónimos.
¿Estamos ante una Policía del Pensamiento orwelliana en versión descentralizada?
Por eso le llamo “poscensura”, porque la censura es vertical. Muchos
poscensores dicen “yo no censuro nada, sólo doy mi opinión”. Obvio: para
censurar necesitas una estructura estatal, pero la censura es que entre
todos -izquierdistas en colaboración con católicos fanáticos- van
achicando lo que se puede y no se puede decir. Esto se ha visto ahora
con Podemos y su propuesta de “ley mordaza”.
¿Cuál es el papel de los medios en estos linchamientos virtuales?
Un motivo es sumar clics, claro, pero me parece mucho más grave el
seguidismo. Creo que es un error colosal por parte de los medios no
conservar su agenda. Los periodistas están mejor informados que el resto
de la gente. El periodista debe tener una visión panóptica y cuando se
limita a reflejar los comportamientos de los medios sociales está
traicionando el principio moral del periodismo que es informar a la
ciudadanía de lo que está pasando.
Por otra parte, se está dando un peso demencial a las redes sociales. En el reciente caso de Daniel Rovira en
su linchamiento estaban participando tres o cuatro mil personas. ¿Arden
las redes? ¿Por qué los medios legitiman esos insultos? Deberían
ignorarlos.
La gente desconfía -muchas veces con razón- de lo que lee en los medios.
Cualquier sistema de corrección política queda automáticamente
desactivado con la crisis de credibilidad que tienen los medios después
de la debacle de 2008, cuando no vieron ver la crisis que venía.
Esto
explica que el mensaje de Trump haya calado mucho más que el de Hillary,
teniendo aquel muchos menos medios (de comunicación) a su favor. Ahí es
donde se ponen a hablar de posverdad: Hillary dice la verdad más que
Trump pero lo hace a través de unos medios que no gozan de credibilidad
por parte de la opinión pública.
Parece que la ofensa ha alcanzado el estatus de blasfemia.
Es que es exactamente lo mismo. Y es que la gente ha convertido su
manera particular de pensar en una religión, no se replantea sus dogmas.
Blasfemia significa ofender a Dios. Bien, nadie ha preguntado a Dios si
está ofendido. A quien estás ofendiendo es a la gente religiosa, que se
considera portadora de la palabra de Dios. Para las ideologías modernas
no se llama blasfemia sino ofensa pero cuando el titular de un medio
dice “El chiste que ha ofendido a todos los andaluces” lo que de verdad
está diciendo es “¡Andaluces, ofendéos!”. (Entrevista a Juan Soto Ibars, Público, Strambotic, 17/05/17)
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